Las inversiones y la tecnología que se incorporan en la labores informales son cualitativamente distintas de las que emplea una empresa que compite formalmente en el mercado; por eso como han anotado varios estudios, la competitividad de la producción informal se basa no en al productividad sino en la comprensión del precio que se asigna al trabajo incorporado.
La informalidad no se somete a regulaciones: no pagan permisos, patentes ni inscripciones; no cumplen con regulaciones de seguridad laboral ni de salida, etc., no por rechazo a la presencia del Estado sino porque significan costos que amenazan a una franja de ganancia que es muy estrecha.
Como no hay contratos en la formalidad (no hay compra-venta de fuerza de trabajo), las relaciones y obligaciones en la unidad informal se aseguran según otros principios reconocidos por los participantes, aunque no siempre explicitados ni menos escritos: la solidaridad, el apoyo mutuo, la confianza, la respuesta a la confianza.
En la unidad informal no hay una estricta división de trabajo; el dueño nunca deja de ser un trabajador directo, como consecuencia de lo cual nunca se aborda bien las tareas de “gerencia”.
Por todo lo anterior “informalidad” no se refiere solo a las relaciones de producción ni a la condición jurídica; es además, una cultura (que es distinta de la que se asocia a la maximización de las ganancias que organiza i discrimina en las empresas propiamente capitalistas).
Por tanto, en todo trabajo informal existe “barrera de entrada”, aunque estas no correspondan a la calificación certificada.
La informalidad son maneras no capitalistas de producción, pero que, en la gran mayoría de los trabajos en los que se encarnan son capitalistas en cuanto sirven a la valorización de capital.
En la medida en que formalidad aparece como una dimensión de la economía del capitalismo en la periferia la solución de fondo a esta situación no podrá venir sino de un reemplazo cualitativo en el modelo de desarrollo, que es lo que se pide, en términos más o menos maquillados en la demanda por una economía “centrada en el hombre”.