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 FORMAS EN QUE SE MANIFIESTA LA EXCLUSION SOCIAL

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leydi
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MensajeTema: FORMAS EN QUE SE MANIFIESTA LA EXCLUSION SOCIAL   FORMAS EN QUE SE MANIFIESTA LA EXCLUSION SOCIAL I_icon_minitimeMar Oct 14, 2008 4:06 am

La exclusión social no es algo nuevo en América Latina, pero sí ha cambiado notablemente. Los rostros de los excluidos ya no se pueden reconocer fácilmente. Pueden ser del mismo color o de la misma edad que los demás que atestan las calles de las capitales de la región, pero llevan vidas muy distintas. No son excluidos propiamente dichos, sino que han dejado de formar parte funcional de la corriente principal. ¿Quiénes son los excluidos en América Latina y el Caribe actualmente? Ciertamente que entre ellos se cuentan los miembros de grupos tradicionalmente estigmatizados, como los negros, los indígenas y las mujeres, sino que también incluyen a personas que han sido dejadas de lado a medida que las sociedades a las que pertenecen marchan a toda carrera hacia economías modernas y globalizadas.

Las sociedades de América Latina y el Caribe han experimentado enormes cambios en los últimos 25 años. El renacimiento de la democracia a mediados de los años 80 hizo cambiar tanto la política como las políticas de la región y dio pie a nuevas expectativas sobre un futuro de sociedades más modernas, más prósperas y más justas.

Pero por más vasto que hayan podido ser esos cambios, traen resultados encontrados. La región es, hoy por hoy, más próspera y moderna que hace 25 años, gracias a la estabilidad macroeconómica y a los efectos combinados de la apertura económica (por decisión nacional) y la globalización (un fenómeno mundial). Los estados intervencionistas y centralizados, cuyas crisis fiscales caracterizaron a la década de los 80, han experimentado una “revolución silenciosa” que ha transformado la manera en que interactúan con sus poblaciones hasta hacerla irreconocible (Lora, 2007). Por otro lado, la pobreza y la distorsión en la distribución de los activos (incluido el capital humano) y los ingresos constituyen un obstáculo en el camino hacia sociedades más justas en la región. La exclusión social, históricamente arraigada en diversas formas de estigmatización de grupos tradicionalmente identificados por su raza, origen étnico o sexo, ha cambiado en la misma medida que la región y ahora afecta a segmentos mucho más diversos y crecientes de la población, especialmente aquellos que apenas alcanzan a sobrevivir con empleos precarios sin perspectiva alguna de mejora. Su exclusión no es producto de estar “por fuera”, aislados o relegados, sino que más bien es consecuencia de su interacción con sociedades más modernas y prósperas. Estos cambios en la dinámica de la inclusión y exclusión no se prestan a interpretaciones simplistas. Se ha avanzado algo en la inclusión de algunos grupos, al menos en cuanto a ciertos aspectos, y también se han producido regresiones que han profundizado la exclusión. Por ejemplo, se ha incluido a las mujeres en ciertos aspectos como en la representación política formal y educación, pero todavía se discrimina en su contra en el mercado laboral, en donde obtienen empleos inferiores a los que obtienen los hombres. Por otro lado, sectores enteros de la población han sido excluidos de empleos formales con su concomitante cobertura de seguro a causa de la lentitud del crecimiento y el desempleo. Una vez más, el dinamismo de la sociedad civil y el auge de los movimientos sociales han convertido a ciertos grupos excluidos (como los campesinos sin tierra en Brasil, los desempleados en Argentina y los pueblos indígenas en Bolivia) en actores importantes en el campo político.

La exclusión y la inclusión son procesos complejos y dinámicos que funcionan en todos los ámbitos de la vida social. La exclusión en una dimensión (por ejemplo, la falta de documentos de identidad) conduce a la exclusión en muchos otros ámbitos (por ejemplo, la apertura de cuentas de ahorro o el voto en elecciones). La exclusión social se manifiesta en forma de múltiples males sociales (pobreza, empleo informal, inquietud política, delincuencia y falta de acceso a salud y educación, para citar sólo algunos), todo lo cual limita la capacidad de grandes sectores de la población de participar eficazmente en una economía de mercado, y por lo tanto hace disminuir su bienestar.

Los “de afuera” del ayer (los marginalizados, provincianos, desnutridos, pobres y aislados) estaban sin peligro fuera de vista. La exclusión entre esos grupos no ha desaparecido. Las formas modernas de servidumbre, a menudo rayanas en la esclavitud, todavía medran en las zonas rurales de la región.

Pero la exclusión social hoy día ha pasado a ser más citadina y visible; sus víctimas, personas que no son “de afuera”, pero cuya exclusión es producto de sus interacciones desventajosas con las instituciones y recursos que permiten que la corriente central de la población prospere en una economía de mercado. La venta de golosinas o minutos de telefonía celular o la realización de actos circenses en las esquinas durante la luz roja del semáforo se convierten en una forma de ingresos cuando no es posible obtener un empleo decente y bien remunerado. Recoger desechos reciclables de la basura, invadir edificaciones abandonadas, dormir en las mismas calles por las que transitan sus vecinos más afortunados rumbo al trabajo o al esparcimiento son algunas de las estrategias de subsistencia de los excluidos de las ciudades. Los habitantes en zonas urbanas pobres y plagadas de delincuencia en la región, excluidos de la protección de la policía y el poder judicial, crean sus propias formas de organización para contener la violencia y proteger a las víctimas, dando, de paso, una lección de dignidad y compasión.

En las mentes de tanta y tan variada privación, los excluidos luchan por sobrevivir con sus limitados recursos. Su vida cotidiana acusa el peso de instituciones que pasan por alto sus necesidades y derechos como ciudadanos, y su falta de acceso a recursos tan mundanos como un teléfono para recibir una llamada para una entrevista de trabajo, o tan importantes como la atención médica que les niegan instituciones públicas de salud ya de por sí abrumadas. Quedan fuera del camino a la inclusión al que tienen acceso los miembros más privilegiados de la sociedad, y aún así no son de afuera, ya que su exclusión surge de su participación en la vida social con recursos limitados y según reglas que a menudo son sesgadas en su contra.

La exclusión se ubica en la raíz de la creciente sensación de desvinculación e insatisfacción que afecta a la población de los países de la región y crea un terreno fértil para experimentos populistas que erosionan las instituciones económicas, sociales y políticas de la democracia. Esa desvinculación ha venido creciendo a pesar del avance razonable en el mediano plazo en cuanto a la expectativa de vida, la salud, la alfabetización y demás indicadores del bienestar, tal como muestra la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en su reciente informe sobre la cohesión social (2007). Actores a todo lo ancho del espectro político ahora mencionan la lucha contra la exclusión social como la tarea principal del desarrollo y la democratización de fondo.

A pesar de todos los matices y trasfondos políticos con que se ha empleado el término, la idea de exclusión social brinda una potente consigna política a quienquiera que se preocupe por la situación de los más desprotegidos de la sociedad. Sin embargo, como suele ocurrir con las ideas que se prestan con eficacia para la movilización política y que tienen significados distintos para distintos grupos, no hay mucha claridad en cuanto a lo que se quiere decir con “exclusión social”. Incluso si la ambigüedad del concepto de exclusión social sirve como instrumento de movilización, el diseño y adopción de políticas de inclusión acusan las repercusiones de la falta de claridad conceptual sobre la naturaleza de la exclusión y las fuerzas que la producen y multiplican.
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